60 años hace que en este mismo anden tomé un tren que me alejaría del lugar donde nací. Nací en un pequeño pueblo de Lérida, Miralcamp, hacia el año 1938, en el seno de una familia de campesinos que trabajaban en las tierras de unos marqueses adinerados de la zona. Dado mi status social, me crié llena de represiones y dificultades con las que crecí de mejor o peor manera, en un corralito de la casa de Los Trillo, nombre que recibían los señores a los que servía mi familia. El dormir y comer en el suelo, junto con los caballos y mulas que estos señores tenían, no me hizo sentirme inferior, como tampoco me prohibió entablar una estrecha relación de amistad con el hijo mayor de la familia, Santiago, con el que me llevaba apenas 2 años. Desde un principio Santiago y yo nos tratamos de igual a igual. Mi madre decía que eso era porque los niños gozan del don de la inocencia y no les importa que una persona tenga más o menos dinero que tú. El caso es que Santiago y yo, poco a poco y a medida que crecíamos nos íbamos haciendo más amigos. Santiago era un amigo en toda regla: me ayudaba a aprender todo lo que a él le enseñaban en la escuela, porque yo, debido a mi situación no podía ir. Todo lo que sabía a esa edad, era gracias a su dedicación y ternura. Si algo soy hoy en la vida y he sido es gracias a él. A medida que entrábamos en la adolescencia, la manera de vernos y tratarnos pasó por algunos cambios. Santiago, no tenía más amigas niñas que yo, ya que según sus padres, las niñas solo traían disgustos y hasta que no le saliera pelillo en la barba no podría ver ni tocar a ninguna. Pero yo estaba ahí, a su lado, desde hacía 15 años y que yo supiera no le había hecho llorar ni siquiera una vez. El caso es que un día, cuando todos celebraban la noche de san Juan, Santiago y yo habíamos quedado de vernos en el corralito donde yo dormía. No sabía qué quería decirme pero yo me arreglé de manera especial sin saber por qué. Cuando él llegó, me confesó que llevaba muchos años queriéndome decir lo importante que era para él, la felicidad que sentía cuando estaba conmigo. Sí, me quería, como yo a él, desde toda mi vida. Un amor inocente, puro, lleno de obstáculos pero que salía a flote como podía. Recuerdo el beso, el primer beso que nos dimos, un beso que marcó el principio y el fin de este amor, un amor, que me costó tener que salir de su casa a escondidas al caer la medianoche del día 25 de Junio de 1953. El motivo por el cual tuve que dejar mi familia y sobre todo a Santiago, el amor de mi vida, fue, porque el patriarca de los Trillo, el cual me trataba de una manera muy déspotamente me había visto jugar con Santiago, y mucho más, había visto el beso que nos dimos en el corralito. Me preparó una maleta, me dio un billete de tren y me dejó en ese andén de la foto, en el que cogí un tren rumbo a Sevilla, en donde me esperaba una tía mía, Francisca, que me cuidaría hasta mi mayoría de edad en la hostería el Laurel, en los Reales Alcázares de Sevilla. Mi tía era la persona encargada de acomodar a los huéspedes que venían a alojarse en la hostería y yo, que sabía de matemáticas gracias a Santiago, le ayudaba a preparar las cuentas de los escasos clientes que teníamos. Así pasé 3 años de mi vida. Pasado este tiempo, volví a mi pueblo, quería ver a mi familia, pero me llevé la peor noticia de mi vida, mi madre había fallecido hacía un mes, entrar en aquella casa y no verla, fue como si el mundo se me viniese abajo, ya nada tenía sentido, mi confidente, mi mejor amiga se había marchado para siempre,...Estaba paseando yo por el pueblo, cuando me encontré a Santiago con una chica, los dos iban cogidos de la mano, él fue quien me reconoció, me dio un abrazo y me dijo que sentía mucho lo que había pasado, que qué había sido de mi vida, en estos 3 años y a mí me dijo que su padre se había mudado con su madre a Barcelona, porque había comprado Una empresa textil, él por su parte se había quedado con Doña Juana, su abuela, y aquella mujer cuando yo estaba en casa de su hijo, me cuidaba como una hija, veía que yo quería aprender, y no sé si nos vio aquella noche de san Juan, pero ella siempre estaba pendiente de lo que hacíamos y a su nieto le quería como el que más.Todo el pueblo había cambiado, excepto una cosa: el olor de las cocas dulces de la panadería Fondarella que estaba cercana a la casa de los Trillo. Doña Petra, era la mujer que desde hacia 20 años llevaba el negocio, y a mí me había visto crecer. Cuando entré se echó a llorar y nos abrazamos profundamente. Me dijo que sentía lo de mi madre, que ella, había sufrido mucho con mi partida, pero que era ley de vida. Con el dulce olor a coca y con una en la mano que me regaló Doña Petra, me fui a la misma estación donde 3 años atrás había huido de aquella casa donde me crié. Ya había comprendido que, el pueblo que algún día fue mi hogar, no era hoy, el mismo de entonces. Volví a Sevilla, fortalecida, compungida, y decidida a dar un cambio radical a mi vida. Apenas llegué a la ciudad, empecé a trabajar de institutriz de un grupo de niños huérfanos en una casa hogar del barrio de la Macarena. En esa casa hogar, comprendí, el valor de la familia, el valor del amor, del cariño, y fui una madre para cada uno de esos niños que cada noche me despedían con un beso antes de irse a dormir. Fue en esa época en la que me entró el gusanillo de estudiar y ser alguien más en la vida. Y un día, me decidí a matricularle en la Facultad de Medicina. La Facultad de medicina era enorme, y era una de las que más cercana estaba de la casa hogar. El sueño por ser médica, comenzó en esa casa hogar, cuando, debido a los pocos recursos que teníamos para gastar en medicinas para nuestros niños, a mí el corazón se me hacía un nudo y quería saber el remedio para que ninguno de mis niños pasara dolores y mucho menos derramara una lágrima. Fue así como empecé a labrarme un futuro. Un futuro que debía a las enseñanzas de mi adorado Santiago, que ya había rehecho también su vida. Pasaron los años y ya me encontraba en 4º de carrera. Estaba feliz porque en este tiempo había sido una de las mejores en mi promoción y los estudios me permitían compaginar mi trabajo como institutriz en la casa hogar.
Un día por la mañana me levanté y me tuve una corazonada, había algo que ese día me iba a cambiar la vida por completo, desperté a mis niños, y les di el desayuno con la ayuda de Carmen, la otra persona que cuidaba de los niños, era mi mejor amiga, y cuando me vio, me dijo hoy realmente estás guapa, yo le dije que estaba igual que siempre, y me dijo no, hay algo en tus ojos que dice lo contrario... Yo no le hice ni el más mínimo casoLlegué a la universidad, y se me acercó un chico de mi clase, con el que llevaba 1 año en clase, pero que nunca habíamos tenido la ocasión de hablar, me preguntó si tenía unos apuntes de cardiología y yo le dije que sí, pero que en ese momento no los llevaba encima, le dije que se los podía dar por la tarde, porque vivía justo a 5 minutos andando, y me dijo que no había ningún problema. Se llamaba Andrés y era natural de Sevilla, era moreno y tenía unos ojos que impactaban, pero no sé había algo que no dejaba ver bien, algo que intentaba decir con la mirada, pero que no decía con palabras. Durante ese día estuvimos juntos y con nosotros estuvo Elena, que era mi mejor amiga. Andrés por la tarde me acompañó a casa, cuando subíamos por las escaleras, me dijo deben haber muchos niños en esta casa... y le dije sí, no sabes cuantos (sin decirle lo que de verdad hacía yo...)! Entramos por la puerta y en ese mismo instante, se me acercaron 3 niños, él se quedó impactado, no sabía que decir, no sabía que hacer, sólo me miraba y me decía ¿ estos niños son tuyos? Yo eché a reír, él me miraba extrañado, y le conté la verdad de aquellos niños. Andrés quedó aliviado cuando supo todo y yo le di como le prometí los apuntes que necesitaba. Me pidió el numero de teléfono de la casa hogar, para venir algún día a echarnos una mano, pues él era hijo único y le encantaban los niños. Ahí quedó nuestra tarde. Elena, se quedó a dormir conmigo y comentamos el accidental encuentro entre Andrés y yo. Entre Andrés, Elena y yo, surgió una gran amistad que se consolidó luego de graduarnos y especializarnos en lo que cada uno queríamos. Yo hice ginecología, Elena hizo neurología y Andrés se inclinó a la Pediatría. La casa hogar, la embargó la junta de Andalucía y nos echaron a la calle en Mayo del 63. Lo poco que ya ganaba como médica en el hospital de las cinco llagas me sirvió para alquilar una casa en la calle feria, donde me instalé junto con Carmen y los niños, donde poco a poco, con mi esfuerzo y el de Doña Carmen que había tenido la idea de crear un puesto de churros en un local debajo de la casa hogar, pudimos levantar la CASA HOGAR JUANA PEREZ, casa hogar que llevaba el nombre de mi madre, a la que le dedicaba todos mis logros. Ya hacía 10 años que dejé Miralcamp atrás y en mi mente seguía el recuerdo de Santiago, que seguía más vivo que nunca en mi corazón.
Era verano y hacía 1 año y medio que no veía a mi padre y a mis hermanos, y me apetecía ir a allí, que a fin de cuentas era mi casa, era mi pueblo y allí había muchos recuerdos que no sé si de verdad estaban olvidados o enmascarados... Supongo que a fin de cuentas, el primer amor nunca se olvida...Me fui a Miralcamp en agosto del 63 con Pablo y con Marta dos de 10 niños a los que cuidaba, me fui con ellos, porque Marta necesitaba tomar el sol, para recuperarse de sus problemas de salud y porque Pablo era el más pequeño, tan sólo tenía 1 año, y era como mi hijo, llegamos a Miralcamp y llamé al timbre de mi casa, mi padre fue quien me abrió la puerta, se quedó pasmado de verme con 2 niños, me dio un abrazo que nunca olvidaré, en mi casa, estaban mis 2 hermanas y mi cuñado, tuvieron la misma reacción cuando me vieron con los 2 niños, les estuve explicando lo que hacía en Sevilla, que me licencié y que estaba trabajando en un hospital.Pero cuando yo estaba en la cocina con Martina, mi hermana mayor, sonó el timbre, era mi tía Olaia, que venía de hacer la compra. Me pareció extraño que fuese mi tía la que trajese las bolsas de la compra, pero todas las dudas se desvanecieron cuando mi padre le dio un beso en la boca. Ese beso me dolió, dañaba la memoria de mi madre, su recuerdo, la figura que teníamos de ella. No podía comprender como su propia hermana, podía estar con el hombre que años atrás había sido el marido de su hermana, que ahora no estaba entre nosotros. Cogí mis maletas y marché de nuevo a Sevilla, sin preguntar qué era de los Trillo, sin saber que no hacía falta preguntar porque la vida, me traía las respuestas solas. Al llegar a Sevilla, prometí olvidarme de mi pasado, de todo lo que un día viví, de mi familia, pero prometí no olvidarme de mi madre, a la que llevaba en el corazón día tras día. Fue así como pasé 5 años d mi vida sin saber nada de mi familia. En este tiempo me había hecho con un renombre y una fama inmensa en el mundo de la tocología. Cada parto era una nueva experiencia y poco a poco más mujeres daban a luz en los hospitales que prestaban el servicio. Corría Octubre de 1968, el régimen franquista estaba cercano al fin y dada la represión tuve que ir a reforzar mis estudios a Londres, donde asistí a un congreso muy importante para médicos y profesionales del campo de la medicina. Cuando estaba sentada en el asiento de la fila asignada, que si mal no recuerdo era la fila 167, noté la presencia de alguien que me observaba con detenimiento. Alguien que me miraba como si nos conociésemos de algo e intentara confirmar que en esta mirada abatida por las duras experiencias que me había tocado vivir, seguía conservando desde que empecé a ser toda una mujercita, como Doña Petra decía. No llevaba ni 1 hora sentada cuando en uno de los descansos que tomamos, este chico que me observaba se acercó a mí. Creí conocerlo, pero no, era solo una imaginación. Tras titubear un poco, se presentó a mí con un escueto, hola doctora Morelos, interesante la charla eh? Yo le dije, si, encantada doctor... y él, pensativo, soltó Doctor Tr... doctor Trejo, Aurelio Trejo.
Había algo en su mirada que me recordaba a alguien, pero no sabía exactamente a quien, era Español, lo que pasaba era que había emigrado a Inglaterra hacia 4 años, cuando acabó la carrera, era especializado en Ginecología y según me enteré era un especialista muy renombrado aquí en Londres.Yo por mi parte le dije que también era española, de un pueblecito de Lérida, pero que hacía mucho tiempo que no vivía allí, por razones personales, y que me mudé a Sevilla, allí era la institutriz de unos niños pequeños y mientras trabajaba como médico. Él parecía muy entusiasmado con mi conversación, cuando en un momento dado hizo un gesto que, sí, era de Santiago, ese gesto, que hacía cuando sonreía. Lo dejé pasar, porque al fin y al cabo era imposible. No se llamaba Santiago ni se apellidaba Trillo. Quizás era la euforia, o el amor acumulado de tantos años los que me habían jugado tan mala pasada. El caso es que Aurelio me propuso que nos asociáramos ya que yo tenía pensado montar una franquicia de una clínica muy importante a nivel internacional. Me dio su número de teléfono y desde entonces quedamos en vernos. Aurelio era un encanto, el proyecto lo tenía bastante claro y debido a su idea no tuve más remedio que acepta la asociación. Desde entonces el tiempo que estábamos juntos aumentó haciéndose casi permanente. Debido a que él vivía en Londres, las épocas que venía a Sevilla se quedaba en mi casa. Una noche de verano, en la que yo no podía dormir, me encontraba en el salón y de repente apareció él apuesto doctor Trejo con vestimenta de dormir y su pelo alborotado. Había algo en su mirar que me hechizaba cada vez que lo miraba. Muchas horas juntos, confidencias, secretos, que hicieron que esa noche los dos nos entregáramos al amor sin problemas ni fronteras, ni como doctores, ni como socios, sino como dos humanos que parecían ser almas gemelas. Fue entonces cuando en su hombro observé un lunar que me llevó a casi 16 años atrás con Santiago. Sería su recuerdo que permanecía en mi como una losa y me aplastaba? Por qué? Intenté quitármelo de la cabeza, pero mi subconsciente falló y pronuncié su nombre cuando Aurelio me estaba dando un beso. En ese instante todo se congeló, todas las mascaras y caretas del pasado se hundieron y descubrí al verdadero Aurelio. Aurelio Trejo no era quien yo pensaba, su personalidad realmente era la de Santiago Trillo, el amor de mi niñez y de mi madurez, que 15 años atrás había querido reconquistarme, ahora bajo el nombre de Aurelio Trejo. Ahí en ese momento, creí en el destino, creí en la vida, y agradecí a Dios, porque a pesar de odiarle porque me dejó ir sin más aquel 25 de Junio, había sido el primer y único hombre en mi vida. Lejos de hablar nos fundimos en un beso y un abrazo que recordaré toda mi vida. En ese momento no hubo más que decir. Amanecí junto a él, con una sonrisa de oreja a oreja, recostada en su pecho, disfrutando de él por completo...
Parecía imposible que después de tantos años sucediese aquello, que él estuviera conmigo, que me hiciera reír como lo hacía antaño, que supiera lo que se me pasaba por la cabeza simplemente con mirarme, en fin después de 16 años, hay cosas que no cambian! Tras estar un tiempo en la cama pensando, le pregunté que porque no me había dicho desde el principio que era Santiago, y me dijo que temía a que fuera a ser rechazado, que no me había olvidado y que hacía 2 años que había estado en el pueblo, y que su abuela, le dijo que yo había estado hacía 3 años con 2 niños, pero que después de enterarme lo de mi tía con mi padre, desaparecí.Me dijo que él me buscó en Sevilla, que se enteró que estaba trabajando y que cuando vio las listas de los médicos que estaban para el congreso, supo que esa era yo. Yo me quedé de piedra, pensando que aquello era un sueño.Pero como los sueños del todo no se hacen realidad, el momento mágico que vivimos esa noche y ese amanecer, se rompió cuando él me confesó que estaba casado. Me sentía de nuevo obligada a dejar a un lado mi felicidad y tan pronto lo supe, sin mediar palabra con él y con lágrimas en los ojos, salí corriendo de mi casa, a donde volví aquella misma noche, cuando él ya no estaba para irme lejos. Fue así como llegué a Bolivia, decidida a iniciar de nuevo una nueva vida ayudando a la gente más necesitada. Comencé como médica a domicilio y poco a poco con los meses fuimos creando una especie de consulta donde ayudábamos a más de 100 pacientes al día. Una noche, cuando estaba con mi amigo Maluha, cenando, me sentí rara, como demacrada y debilucha. Me llevaron a recostarme y al día siguiente me hice unos análisis para comprobar si padecía alguna enfermedad virulenta, pero mi sorpresa fue enorme cuando descubrí que dichos síntomas eran los de un repentino e inesperado embarazo. Hacía 2 meses que había dejado Sevilla y todos mis planes se trastocaban con la llegada de este hijo. ¡Un hijo de Santiago!, mi cabeza se llenaba de dudas, remordimientos pero en el fondo de todo ello, sentía alegría, porque había sido un hijo concebido por amor. En ese instante me sentía perdida, quería regresar, pero mi orgullo y mi espíritu de dedicación a toda la gente de Bolivia que se había convertido en mi familia era mayor.
Decidí tener a ese hijo, ser madre soltera, porque no iba yo a poder? No vivía en España, criaría a mi hijo con la cultura boliviana y algún día le explicaría quien es su padre.Estuve los 3 primeros meses del embarazo guardando reposo, ya que tuve ligeras pérdidas que suponían un gran riesgo para el bebé, aquí todos me cuidaron, me sentía como en la familia que hacía mucho tiempo no tenía, la que más me cuidaba era Amatiki que era una mujer, que vivía con nosotros, era de La Paz, pero dejó la gran ciudad para cuidar a los más necesitados, se convirtió en mi madre, en cuanto me refiero al cariño que me ofrecía en cada momento, a como me escuchaba y que tan sólo con la mirada lográbamos entendernos, a pesar de estar muy bien, había alguna cosa que me traía de cabeza, que no sabía que era, o si que lo sabía pero no me quería dar cuenta. Un día estaba yo en la escuela de la aldea vacunando a unos niños, cuando un hombre se acercó y me preguntó: "eres vos la doctora Morelos??" y yo le dije que si, que esa misma era yo, me dijo que había un telegrama de España, que decía que mi padre esta enfermo. Llevaba 1 año en cama y ya esperaban lo peor. En ese momento, en el cual llevaba a mi hijo en mi vientre y ya sabía lo importante que es un hijo, me di cuenta que era momento de olvidar las viejas rencillas y viajar a Lérida para hacer las paces con mi padre y verlo aunque fuera la última vez. Cuando llegué a Lérida mi padre agonizaba en la cama en la que tantas noches había ido a despedir a mi madre y a mi padre con un beso de buenas noches. Allí estaba, sereno, junto a mi tía Olaia que no se separaba de él ni un solo instante. Me contaron que se habían casado y que Olaia se había dedicado a cuidarle y mimarle como nadie. Mi padre se calmó nada más verme y acercó su temblorosa mano en mi vientre. Yo estaba por aquellas fechas de 5 meses de embarazo y mi padre, sonreía por el milagro de al menos ver que iba a formar una familia. A las pocas horas de llegar, mi padre fallecía, pero me quedaba el consuelo de sus palabras y de las mías, una conversación en la que nos habíamos reconciliado y abrazado de una manera que no olvidaré jamás. El entierro fue a la mañana siguiente. El cuerpo de mi padre fue enterrado en el panteón de la familia. Entre los presentes estábamos los más cercanos a la familia y Doña Petra, que una vez más estaba junto a nosotros en los momentos más difíciles. Mi tía Olaia estaba abatida, no se separaba de mi ni un solo momento y no se cansaba de repetir, cuánto os quería, entre lágrimas y sollozos. Llegando a nuestra casa, me pareció ver la sombra de Santiago, lo cual no me extrañaba, eran fiestas patronales y a él siempre le había apasionado. Seguí rumbo a mi casa y al querer irme, mi tía Olaia me pidió por favor terminar mi embarazo allí en el pueblo. Le quedaba el consuelo de que así yo iba a estar bien nutrida y cuidada y así entre las dos nos hacíamos compañía. Acepté la propuesta decidida, con las ganas de reencontrar a esa niña, a la Agnès Morelos que tan perdida estaba.
Fue uno de los tragos más difíciles de soportar, volver al pueblo, ver que las cosas habían cambiado, ver que mi hijo nacería en el mismo pueblo que sus padres, y en el fondo he de reconocer que echaba de menos la vida del pueblo, en Bolivia la tenía, pero no era lo mismo, las calles seguían oliendo a lo mismo, era otoño y el invierno se empezaba a notar su llegada.Un día estaba paseando por la calle, cuando de repente vi a una señora muy mayor, que me dijo:" tienes la misma belleza de tu madre y el mismo corazón de tu padre, el hijo que llevas dentro te traerá muchas alegrías, sólo confía en ti misma", yo me quedé perpleja, porque no sabía a que vino lo de aquella mujer, hasta que me di cuenta que era Doña Carmen, la abuela de Santiago, le di un abrazo y empezamos a hablar, me preguntó como llevaba el embarazo, le dije que bien, que tuve meses muy duros pero que ya estaba bien, y me dijo: "hay algo en ti, que me dice que buscas a algo o alguien en el pueblo?" yo la mire, y sin decirle ninguna palabra, me dijo:" está en casa de vacaciones, cuando se enteró de lo tu padre llamó inmediatamente y preguntó si estabas allí, tu hermana le dijo que si, pero él no se atrevió a verte, decía que te había hecho mucho daño y que no era momento de reabrir viejas heridas...Yo no sabía que hacer, pero Doña Carmen, me dijo que si de verdad le quería que le fuese a decir que estaba aquí, que estaba embarazada y que le quería con toda el alma. Doña Carmen me contó que Santiago se había divorciado. Su mujer le había engañado con un amigo suyo y él, dolido por toda la situación había pedido un traslado. Necesitaba a encontrar sus raíces, sentirse de nuevo el Santiago de siempre. Pero el destino, una vez nos había unido. Antes por mi embarazo, ahora porque él estaba en el pueblo, como yo, intentando encontrarse a si mismo. Aunque las palabras de Doña Carmen me hicieron reflexionar, no quise de primeras ir a buscar a Santiago, pues pensaba que el tiempo pondría todo en su lugar. Fue entonces cuando decidí irme a Cerviá, un pueblo cercano a Miralcamp, donde podían verse los mejores paisajes de molinos y colinas. Allí tenía una cabaña que Doña Petra me había brindado para estar unos días pensando qué hacer con mi hijo y conmigo. Fue cuando llegué allí, que encontré la puerta abierta de la cabaña. Al fondo de ella, una mesa en la que había una gran cesta llena de ropita de bebé, llena de fruta, de pasteles. Doña Carmen se había encargado de todo. Al caer la tarde fui al molino, a ver a un viejo amigo mío, Don Marcelino le llamábamos. Marcelino era el encargado de cuidar el molino y me había visto crecer como uno más de mi familia.
Cuando me vio, no se creía que era yo, me dijo como has cambiado, veo que te has convertido en toda una médico, me han contado que estás embarazada, y que por lo que puedo ver es verdad, y le dije, si es una niña, estoy de 6 meses y he decidido que me voy a quedar en el pueblo hasta el nacimiento, luego pensaré que hacer con mi vida, en ese momento me dijo, me parece que alguien te quiere ver, y yo le dije quien? y me dijo ven conmigo, le acompañe y cuando entré en aquel pequeño salón y con la chimenea abierta, vi a una mujer sentada en una mecedora y con un gatito recién nacido apoyado en su regazo, en ese momento Doña María (era su mujer) me dijo: "benditos los ojos que te ven", yo me fundí con ella en un largo abrazo, no podía creer que aquella niña pequeña que jugaba en su molino con la harina que se hacía, se hubiese convertido en una mujer y a punto de dar a luz, me preguntó por el padre pero yo le dije que había cosas que estaban allí y que era por lo que estaba en el pueblo, cuando instantes después oí el timbre, Marcelino hablaba con un hombre y le decía pasa, pasa que María está arriba, en ese momento se me estremeció algo por dentro, el bebé dio una patada, era cómo si él hubiese sentido lo mismo que yo,... era Santiago. Maria era diabética y Santiago venía regularmente a visitarla desde que se instaló de nuevo en el pueblo. Cuando Santiago y yo nos miramos a los ojos, comprobé que no había notado mi avanzado estado de gestación. Al bajar su mirada, algo en su rostro cambió. La sorpresa, la duda le apareció por su cara y yo que estaba hablando con Maria, no sabía si hablar o salir corriendo. En ese instante dije Hola Santiago, qué de tiempo! y puse una excusa para irme de la casa. Prometí volver en otro momento y salí a toda prisa, aunque fracasé en el intento porque Santiago me siguió corriendo. A la altura del molino, él pronunció mi nombre en alto, y en ese momento, la pequeña Juana y yo, nos estremecimos. Sí, era él, era Santiago, nuestro norte, nuestro sur, nuestra vida y nuestra muerte al mismo tiempo. Era el motor de nuestras vidas. Paré un momento en mi caminar y volteé mi cara y allí estaba él, con lágrimas en los ojos, esperándome, esperándonos, con ese amor tan inmenso que reflejaba su mirar. No hizo falta decirle que Juanita era nuestra hija, que lo había echado de menos, que no podía olvidarle por más que me lo propusiese. Éramos los de antes, los de ahora y los del mañana. Estábamos en ese pueblo, que nos separó y nos unió 16 años más tarde.
Aquella noche la pasamos en el cobertizo, que Doña Carmen lo había reconstruido y lo había habilitado como una pequeña cabaña, pasamos horas y horas hablando, me preguntó que había sido de mi vida hacía 6 meses, le dije que había estado en Bolivia, pero que cuando me enteré de lo de mi padre, decidí volver aquí, ahora vivía en mi casa, e intentando pensar, y saber que hacer en mi vida, me dijo que que había pasado en Sevilla, que habían sido de los niños huérfanos, le dije que tanto Pablo como Marta vivían con Francesca que era una monja italiana que pertenecía a la congregación de la madre teresa de Calcuta. Cuando estaba al lado de la chimenea, se acercó a mí y me puso la mano en el vientre, y me contó que me había visto el día del funeral, pero que no sabía como acercarse a mí, que tenía muchas dudas, que esto era algo nuevo para él, pero que ahora no me dejaría escapar yo le dije, que yo no me iba a ir, pero que quería seguir ejerciendo la profesión.Un poco más tarde, bien entrada la madrugada, me empecé a sentir mal y aunque me intenté relajar, los dolores eran cada vez mas seguidos. Tanto Santiago como yo estábamos preocupados, porque casi estaba en mi séptimo mes de embarazo y era muy pronto para que naciera nuestra pequeña Juana. Alarmados nos fuimos al hospital más cercano donde el médico me revisó, y pudo escuchar que había dos corazones que latían al unísono por lo que nos enteramos de que en realidad eran dos bebés los que venían al mundo. Después de la sorpresa, el doctor, nos dijo que se me había adelantado el parto y así fue como esa noche, 15 de Diciembre de 1969, nacieron mis hijos: Juana y Amador. Los dos eran muy pequeñitos, pero estaban sanitos, bien formaditos, ¡eran tan guapos! Me sentía plena, feliz de la vida, de tener a mi lado q las 3 personas más importantes de mi vida. Eran tan pequeñitos que cuando me dieron el alta no pude llevármelos a casa. Aun así, no faltamos ni un día en ir a verlos para darles nuestro amor y mimos a nuestros dos retoños. A los dos meses, el 14 de Febrero de 1970 pudimos volver a casa con Juana y Amador. Para nosotros, traer a nuestros hijos el día del amor, era una señal de la vida, y yo solo de pensar en la nueva vida que nos aguardaba me emocionaba profundamente. Santiago se estableció en Miralcamp montando una clínica que montamos ambos poco a poco con el esfuerzo y ayuda de todos los nuestros. De vez en cuando, sobre todo los veranos los pasábamos entre Bolivia y Sevilla. Doña Carmen seguía llevando a flote la casa hogar junto con Francesca. Pablo ya estaba enorme, y era el amigo ideal de Amador. En Bolivia, el hospital que fundé y que construí con mis manos iba cada vez mejor y la calidad de vida de muchas personas que había visto en peligro era cada vez mejor. Pasaron así 10 años más. 10 años en los que fui feliz con mis hijos y Santiago, el amor de mi vida.
Después de que pasaran esos 10 años, se puede decir que el Franquismo ya se había acabado y que empezaba otra etapa en España, pero esa etapa sería también para mí y para mi nueva familia.Una tarde de Agosto, estábamos sentados Santiago y yo en el porche de la casa que nos habíamos comprado hacía dos años, cuando de repente se me acercó Santiago y me dio una rosa, y me dijo que la rosa simbolizaba el amor, la pasión yo me quedé pasmada, no sabía que decir, porque tampoco entendía muy bien que era lo que me quería decir, a continuación sin decir yo nada, se acercó y me dijo que cerrara los ojos, yo le hice caso (cada vez estaba más intrigada) y me cogió de las manos y me llevó al riachuelo que pasaba por nuestra casa, cuando abrí los ojos, había una mesa con 2 sillas, 1 vela y otra rosa, y al lado de esta rosa había una cajita y un pastel de arandanos (era de doña Petra y era mi pastel preferido y con ese olor característico) me dijo que primero teníamos que cenar, después tendría que abrir la cajita y finalmente comer el pastel, pero todo por ese orden, yo acepté la propuesta. La cena fue especial, fue mágica, no hay palabras que puedan describir aquellos momentos, acabamos de cenar y abrí la caja, primero había una nota en la que decía: "Hace muchos años te dejé escapar, pero cada día que pasa me doy cuenta que eres la mujer de mi vida, la madre de mis hijos y la persona a la que querré por siempre", yo al leer estas palabras, no pude contenerme y se me cayeron unas lágrimas, después cogí la otra cajita, la abrí y Santiago dijo: "Cásate conmigo, y no te arrepentirás de nada" yo no podía creérmelo, las lágrimas ya eran constantes, pero eran de felicidad, y por supuesto le dije que SI, y fue un SI rotundo. Comimos el pastel y no dejábamos de besarnos y decirnos lo mucho que nos queríamos... Pasaron los meses y con ellos los preparativos de la boda. La mañana del 20 de Octubre, Santiago y yo nos dimos el si quiero en la iglesia del pueblo. Era un evento esperado por todos. Por mis hermanos, por Doña Carmen, Doña Petra, Doña Juana. Vinieron todos los niños de la casa hogar, ya todos hechos unos hombrecitos. Doña Carmen venía acompañada por Sor Francesca. Yo, estaba radiante. Sí, ya sé que no tengo abuela, pero no me refería al aspecto exterior. En mí sentía una paz y una tranquilidad. Sentía la felicidad en mis manos, en mis ojos, en mi boca, en mi corazón. Por fin, tras muchos obstáculos y aguantado los comentarios de la gente por ser una pareja algo adelantada a sus tiempos, nos unimos en santo matrimonio para siempre. Para mí, no significaba mucho más que lo que llevaba viviendo desde siempre con mi adorado Santiago, pero el hecho de encontrarme ese día en ese lugar era un logro para mí. Se notaban muchas ausencias: mis padres, sobre todo, y el padre de Santiago, el cual por orgullo no quiso asistir. Ya acabada la ceremonia, la madre de Santiago, vino a darnos la bendición, a pesar de que su marido se lo había prohibido. Yo siempre quise de una manera especial a Doña Joaquina, la mamá de Santiago, y en ese instante le agradecí profundamente su gesto de amor para con nosotros. La celebración fue muy sencilla. Mi tía Olaia había hecho unos riquísimos bocaditos, y doña Petra se había encargado del pastel. Era de arándanos, ¡mi preferido!. Bailamos, corrimos, brindamos, pero sobre todo, me sentí protegida y súper orgullosa de lo que hasta ahora había logrado.
Como el franquismo había acabado hacía casi 1 año, decidimos poner rumbo a la gran ciudad, aquella gran ciudad no era otra que Barcelona, una ciudad que crecía hacia la montaña, nosotros vivíamos en Sarriá, un pequeño pueblecito que estaba a las afueras de la ciudad, concretamente al lado del ayuntamiento.Era una casita pequeña de dos plantas, en la que teníamos un pequeño jardín para que los niños pudiesen corretear y para que no estuvieran siempre en casa, yo la decoré con muchos de los muebles que había en casa de la abuela materna de Santiago, ya que su madre fue el regalo que nos hizo, Doña Joaquina (era la madre de Santiago) tenía ciertos problemas de salud, y fue cuando decidimos que se viniera a vivir con nosotros, los niños estaban encantados con tener a su abuela cerca, Santiago la cuidaba como un verdadero hijo, y yo que decir, si en el fondo y a pesar de que su marido con 15 años me hubiese echado de casa, la quería como a una madre, siempre me decía que su marido había cometido el mayor error de su vida, y que al final se dio cuenta que aquello no era un bien para su hijo, pero fue demasiado tarde, cuando llegamos a Barcelona, un día más tarde falleció.Pasaron los días, Santiago puso una consulta en pleno centro de Barcelona, justo en la calle Roger de Flor, estaba encantado y yo de vez en cuando iba y le ayudaba pero, sólo cuando los niños estaban en el colegio, pues yo dije que iba a ser una madre que no se separaría de sus hijos.
Y así fue, día tras día, mes tras mes, pendiente de los míos sin faltar detalle. A la consulta asistía de vez en cuando, porque la vida familiar era todo para mí. A los dos años de casarnos, me volví a quedar embarazada. Ya por entonces tenía la friolera de 44 años y mi embarazo era de alto riesgo. Sin embargo, fue un embarazo estupendo, sin complicaciones, el cual viví con mucha más tranquilidad. Santiago no se separaba de mí ni un solo instante, y disfrutamos segundo a segundo el avance de nuestro embarazo, como él decía. A diferencia de mi primer embarazo, que fue múltiple, mi vientre sólo alojaba esta vez a un solo retoñito, que nació en agosto de 1982 y al que le pusimos por nombre Salvador. Salvador era un niño lleno de vida, lleno de espíritu, que vino para alegrarnos la casa y los corazones. Santiago había pasado una mala época con la muerte de su madre. Mucho tiempo estuvieron separados y a mi marido se le quedó una espinita clavada que nunca lograría arrancar. Para él, y más bien para todos, este niño salvaba nuestras vidas. Amador y Juana tenían ya por entonces casi 13 años y entraban en una época conflictiva. Cabe decir, que aunque no estaban muy revolucionados, ya que en los tiempos que les tocó vivir, la adolescencia no era tan intensa como hoy en día, la revolución de verdad llegó a mi casa una calurosa tarde de verano cuando me disponía a dar un paseo a Salvador, de apenas 1 año. Era Julio de 1983, nunca lo olvidaré. En mi puerta había una niña sentada en el poyo, con una carta y una mochila. Apenas la vi, le pregunté quién era, qué hacía allí, y quién la había traído. La pequeña, de no más de 7 años, no mediaba palabra. Cuando leí la carta comprendí todo: era la hija de Andrés, mi compañero de facultad. Había muerto en extrañas circunstancias, y encontraron en su casa una carta en la que expresaba la voluntad de que yo criase y cuidase a su hija como si fuese propia. La noticia cayó en casa como un jarro de agua fría. Eran tiempos de miseria, y ya con 5 en la casa íbamos justitos como para que una nueva personita apareciera en nuestro hogar. En cambio, la cara de Paulina, la hija de Andrés, me inspiraba tanta ternura y confianza que no podía faltarle a la promesa que un día le hice a su padre. Recuerdo un día en el parque, en el que él me brindó toda su ayuda para el presente y el futuro, y yo le hice saber lo mismo. Qué podía hacer sino cumplirle. La adaptación de Paulina a la casa fue muy dura, sobre todo por parte de Amador y Juana que la veían como un estorbo. Ahora mi dedicación era centrada a Salvador y a Paulina, que más me necesitaban. No sé si fue este hecho en mi vida, o qué fue lo que hizo que mis dos hijos mayores, sobre todo Amador, se despegaran de mi lado de esa manera. A medida que crecían, los reproches eran continuos, y mi desgracia comenzó el día en que descubrí que Amador era adicto a la bebida. Tenía yo por aquel entonces 52 y mis mayores 20 años. El ver a Amador en la cocina bebiendo desde tan temprano y sus faltas de respeto continuas me alarmaron de que algo grave estaba ocurriendo...
No sabía que hacer, todo aquello me superaba, eran tiempos difíciles y la economía estaba en un bache y ver a Amador desde primera hora de la mañana sin arreglarse y bebiendo me produjo diversos problemas de salud, que me llevaron a estar alejada de la profesión dos años, Santiago intentaba animarme todo lo que podía, pero el ver que uno de mis hijos estaba mal aquello me superaba. Amador por su parte encontró un grupo que le ayudó a superar sus problemas y en ese grupo encontró a Jimena, era una chica de una adinerada familia de Barcelona, tenía 19 años y estaba allí porque su padre fundó ese grupo y ella decidió que quería ayudar a la gente, Amador a partir de ese momento encontró un gran apoyo que año más tarde se convertiría en su mujer, y pasando el tiempo Amador superaría todos sus problemas con la bebida.
Juana por su parte, era ya toda una mujer, aunque a Santiago no le gustase que la niña de sus ojos se había convertido en una mujer, Juana estuvo ayudando a su padre en la consulta como secretaría, era un trabajo cómodo que le permitía pasar más tiempo con su padre y eso era algo que ayudó a que los lazos familiares entre ellos se estrecharán, en el Moll de la Fusta, justo al lado de las Drassanes, había un parque y una tarde con Paulina vio como un chico estaba llorando, ella se acercó y le preguntó que le pasaba, él simplemente le dijo que nada, que parecía como si el mundo se le hubiese acabado, ella le dijo que nada en esta vida se acaba si tu no quieres que se acabe, en ese momento él le dijo, me llamo Antonio y tú? Ella respondió: Juana, soy de un pueblecito de Lérida y tu de donde eres? Y el le respondió soy de Manresa pero, desde que se acabó el Franquismo vivo en Barcelona, porque estoy estudiando arquitectura, ella se quedó prendada de su belleza y a partir de ese momento se fueron conociendo, casi todos los días se veían en el parque que miraba hacia el mar, era un rincón majestuoso.
Paulina y Salvador por su parte crecieron en compañía ya que con sus hermanos se llevaban muchos años, Paulina ya tenía 10 años e iba al colegio San Ignacio que estaba situado en Sarriá, justo al lado de casa, estaba encantada en el colegio, tenía muchos amigos y con sus casi hermanos cada vez se llevaba mejor, ya no la veían como un estorbo, sino como una niña a la que la vida desde muy pequeña ya le había dado palos. Salvador por su parte tenía 4 años, también iba al mismo colegio que Paulina, pero a él lo único que le gustaba era que Amador le trajese chocolate de la Casa Atmeller que estaba situada en Paseo de Gràcia y jugar al fútbol con su padre.
Santiago se desvivía por sus hijos, disfrutaba con sus hijos y le encantaba llevarme a un pequeño pueblecito los fines de semana con los niños, que estaba en la costa, allí los niños estaban al aire libre y nosotros podíamos dar largos paseos por la orilla del mar. La economía ya no estaba mal, fueron años difíciles pero si no se pierde la calma, todo es cuestión de paciencia.
Yo había mejorado en cuanto a los problemas de salud, lo único que me importaba era ver a mis hijos bien, ver que se estaban labrando un futuro ellos solos y que si nos necesitaban, sus padres estaríamos siempre con ellos para ayudarles en todo lo que pudiéramos y que estuviera en nuestras manos.
Poco a poco, cada uno iba haciendo su vida, y yo me sentía orgullosa de lo que había logrado. Un día, Juana me dio la noticia de que íbamos a ser abuelos. Ella era demasiado joven para ello, aún no tenía ni 24 años y su relación con ese chico acababa de comenzar. Paulina, por su parte, era una estudiante en toda regla, y la única de mis hijos que me daba más alegrías que penas. Amador, decidió armarse en la tropa e irse de soldado a Irún para luchar con el ejercito español. Juana tuvo un precioso niño, al que le puso Santiago, como su abuelo, que estaba en una nube, pues la niña de sus ojos le había dado al nieto más bello del mundo, como decía él. Mi vida comenzaba la era de los 50 y había algo en mi que no me dejaba estar tranquila. Cada vez que sonaba el teléfono se me encogía el corazón, pensando que eran malas noticias de Irún, y es que a medida que me hacía mayor, mis inquietudes por mis hijos y nietos se hacían más exageradas. Corría ya Enero de 1988 y mi historia no acaba más que comenzar.
En estos últimos quince años, ha pasado de todo por mi retina: Juana se desvivía por Santiaguin como todos le llamamos en la familia, es un niño sanote y lleno de vida que la primera palabra que dijo fue Abuelo. Para Amador la vida se truncó al volver de su colaboración en Irún y comprobar que su esposa, le había estado engañando con un amigo. En su casa no había ni rastro de ella, y la soledad le hizo recaer en el alcohol. Mi pequeño Salvador, con 9 años ya hacía su primera comunión, un día especial para niños y mayores, del que no guardo un buen sabor de boca. Paulina, a mi lado, apoyándome, era toda una mujercita por aquel entonces con 15 años me ayudaba en todo. Adoraba a Salvador, pues se habían criado juntos y el roce hace el cariño. Juana asistió embarazada de su segundo hijo, un niño al que le iban a poner de nombre Eduardo. La única ausencia era la de mi hijo Amador. Ni el amor que nos tenía ni la promesa que me hizo de venir fueron suficientes. Mi hijo estaba degradado física y psicológicamente, y era una pena, una pena que me corroía por dentro. Mi relación con Santiago seguía fuerte, pese a todos y todo lo que pasaba. Era el único apoyo, el único consuelo que después de todo lo vivido me quedaba. Mis hijos cada uno por su lado, seguían vidas que ya no estaban en mi mano. Sin duda, había cosas peores, pero la desgracia cayó en mi familia, al ver postrado a Amador en una cama, victima de una enfermedad del hígado. Maldecí, no sabéis cuanto a esa mujer que engañó a mi hijo, pero también sabía, que mi hijo había querido mantener su debilidad y soledad, acompañado por el alcohol. Lágrimas es lo único que recuerdo de esa época. Todo esto tuvo una grave repercusión en Salvador que se volvió un niño rebelde y maleducado que se fue despegando de nosotros sin ningun tipo de remedio. A mi lado, mi fiel Paulina, cuidando a Amador, a pesar de que nunca se habían llevado como hermanos. Y Juana, con su vida en América, pues su marido estaba construyendo un importante edificio en los Estados Unidos. En esos momentos, comprendía que no sólo la sangre une a una madre con un hijo pues Paulina, a la que no había parido ni había llevado en mi vientre durante 9 meses era mi hija, como la que más. Siempre ahí a mi lado, demostrándome agradecimiento y devoción. La recuperación de Amador era lenta, pero progresiva. Poco a poco parecía entra en luz su camino, y a pesar de tener una esperanza de vida limitada, mi hijo se salvó de nuevo. Puedo decir, que no sólo los cuidados míos y de los doctores sirvieron para su recuperación, pues las palabras de Paulina, le hicieron ver el mundo de otro modo. Salvador, se marchó de casa, a independizarse con un grupo de amigos con los que había creado una banda de rock. A pesar de nuestra negativa, la persona que un día nos salvaba, nos condenaba en ese entonces a otro disgusto más. A Amador le pusieron un transplante de hígado, uno de los primero que se hicieron en el país y pudo continuar su vida, dando gracias a Dios por el milagro de vivir. A mis 60 años, me sentía en una montaña rusa, llena de altibajos, llena de momentos tristes y alegres al mismo tiempo. La vida en la ciudad no tenía color, pero pensábamos que al jubilarse Santiago, podríamos ir a vivir al pueblo, tranquilos y felices a esperar el día del juicio final, como mi adorado amor decía.
Fue una fría mañana de Diciembre de 1997 que el mundo se paró, Santiago había sufrido un infarto, y estaba ingresado en el hospital Vall d’hebrón. Al llegar a la habitación, encontrarlo todo lleno de tubos, de maquinas, me parecía increíble. Nunca se había aquejado de nada, nunca había decaído, y ahora, un golpe de la vida, amenazaba con pararle su corazón, un corazón que me pertenecía. El infarto había sido grave, pero lo había superado favorablemente. Al llegar me dijo que me estaba esperando, que no sabía si había llegado su hora, pero que quería volver al pueblo. Apenas le dieron el alta, viajamos a Miralcamp, para cumplir el sueño de retirarse conmigo, sin fecha de vuelta.
Era Abril de 1998 y volvimos a revivir la historia de nuestras vidas en su mansión, una casa que había permanecido cerrada estos últimos años, ya que el patriarca de los Trillo desapareció sin saberse nunca más donde estaba su paradero. Los paseos que dábamos al atardecer nos daban vida, revivíamos nuestra historia, de principio a fin, y puede decirse que me sentí quinceañera de nuevo, me sentí feliz, sosegada, orgullosa de la vida que había llevado junto al hombre de mi vida. Nuestros hijos y nuestros 7 nietos, nos visitaban en navidades y sobre todo en verano. Doña Petra hacía tartas por doquier en cada celebración especial que teníamos, nunca perdía el molde de hacer esa deliciosa tarta de arándanos que tantos momentos felices nos había acompañado año tras año. Salvador seguía aislado del mundo, pero cumplía en vernos una vez cada año. Y Paulina, casada ya y con 2 niños, era una maestra singular.
La vida en el pueblo era muy diferente a como fue antaño, pero era mucho más tranquila que en la ciudad.
Una noche, cuando disponíamos a acostarnos, Santiago, me abrazó de una manera especial, como nunca lo había hecho, y me besó y besó hasta quedarme dormida. Nos repetíamos cada segundo el amor que nos profesábamos, y yo, sin saber que era la última noche que iba a dormir a su lado. Mi marido, falleció esa madrugada. El despertar y notarlo muerto, fue un schock tremendo para mí. Se agotaba mi vida, mis ganas de vivir, mi ilusión, mi norte mi sur. Esta vez se iba para siempre y no vendría a buscarme ni como Aurelio Trejo, ni como Santiago Trillo. Su vida había acabado, su historia había llegado al final, un final del cual yo no formaba parte, pues no me había ido con él. La vida sin él, fue difícil. Volví a la ciudad con mis hijos, pero en el 2000, resignada a vivir sola, como ese día que cogí un tren rumbo a Sevilla sola, en aquel triste andén, volvía a Miralcamp, sola, con una maleta y un billete de tren rumbo a mi pueblo. No sé si volví con la esperanza de que todo estuviera como entonces. Sin embargo, el olor a coca dulce no me esperaba, pues Doña Petra estaba en una residencia de ancianos ya que la pobre estaba muy mayor como para llevar hacia delante el negocio que tantas bocas alimentó. En el pueblo, ya ni mis hermanos estaban esperándome. Todos tenían caminos diferentes al mío, y yo, sola en un pueblo que a pesar de n tener más de 300 habitantes, se me hacía grande. Desde hace 8 años , vivo, en aquella casa de la que un día fui echada, como si fuera una delincuente. Pero ahora, ni sentía siquiera orgullo de haber podido estar allí pues no tenía ni un motivo por el que luchar. Estos años sin Santiago han sido duros y dolorosos, pero poco a poco he comprendido que él nunca me va a dejar sola. En cada amanecer, en cada paseo, en cada café que tomo, en cada noche que me acuesto su presencia y compañía están a mi lado. Noto su amor, su inconfundible amor, en todos mis hijos y en todos los rincones de este cuerpo lleno de arrugas y lleno de años. Mis hijos son frutos de ese amor, un amor que me ha devuelto la vida. Ellos, han sido en estos últimos años los motores de mi vida. Mis nietos, una segunda generación surgida del amor, me han devuelto las ganas de sonreír y sobre todo, me han hecho comprender que la vida seguía y que teníamos que hacer que el abuelo, desde el cielo, nos apoyara en todo porque él siempre estaba ahí junto a nosotros. Salvador se vino a vivir conmigo. Con él, vuelvo a experimentar el privilegio de estar viva, de sentirme una madre , aunque un poco pesada y sensible, pero viejas rencillas y problemas del pasado, el tiempo y la madurez adquirida han sido los encargados de desvanecer dichos obstáculos entre él y yo. Vivo la vida, de una manera tranquila, pero sin dejarme vencer por el tiempo, porque sé, que lo amé como nadie lo pudo hacer en la vida y porque a mis 75 años he sido una mujer amada y respetada día tras día. Me queda el consuelo de esa vida, en el más allá juntos, donde poder revivir momentos que compartir juntos. Ahora, te digo a ti , querido lector, que nunca hay que dejarse vencer, que por más obstáculos y barreras que a tu paso te encuentres, la vida, con el tiempo se encarga de derribar, por muy difícil que sea. El amor, es el único alimento que tenemos en el alma, y es el que hace que nos sintamos vivos, a pesar de levantarnos sin ganas de nada, sin ganas de seguir hacia delante. Porque, si miras a tu lado, hay muchísimas personas que sufren, que lo pasan mal, por ello, por muy mala que sea tu situación, por muy perdido que te encuentres, siempre, encontrarás la razón por la que saber que lo tuyo no es tan malo del todo, y que merece la pena seguir viviendo. Sigue este consejo, que la vida nos da a todos y cada uno de nosotros. Ama y deja que te amen y sobre todo da gracias por todo lo que tienes, porque a pesar de que te puede parecer poco, es mucho al fin y al cabo. Y si te encuentras perdido, busca la salida, siempre te quedará la fe y la ayuda que a todos Dios nos da.
Para terminar este recorrido por el viaje de mi vida os recordaré un pasaje de la Biblia que leí hace algún tiempo, para aquellas personas que se encuentran perdidas, para que encuentren la señal y la motivación para no venirse abajo:
“Una noche tuve un sueño… Soñé que estaba caminando por la playa con el Señor, y a través del cielo pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena : una era la mía, y la otra, del Señor.Cuando la última escena pasó ante nosotros, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles y angustiosos de mi vivir. Eso realmente me perturbó, y pregunté entonces al Señor : "Señor, Tú ,me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías siempre conmigo todo el camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena de los caminos de mi vida, solo un par de pisadas. No comprendo por qué Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba".El Señor me respondió : "Mi querido hijo, yo te amo y jamás te abandonaría en los momentos de sufrimiento. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas, fue justamente allí donde Yo te cargué en mis brazos".”
FIN
Créditos: Paula y Elena